LA IMAGEN DE LA VIRGEN DEL CISNE
Acerca del origen de la imagen
de la Virgen del Cisne, lo que se sabe como un dato real es que fue tallada en
fino roble en Quito por el artista español Diego de Robles, quién había
trabajado antes en la imagen de la Virgen del Quinche, y que tallaría la imagen
a petición de los nativos del Cisne. Mide 65 centímetros de altura y es de
belleza extraordinaria. “Realzan su hermosura el ovalado rostro y gracioso
semblante. Su frente, que ostenta la blancura del alabastro, es serena y
espaciosa. Sus grandes y abrillantados ojos, expresan una amabilidad
indefinible. Son sus mejillas de un bajo carmín, luciendo el matiz de las
espigas en sazón. Su semblante graciosamente sereno y apacible, expresa un
sentimiento noble y lleno de majestad, a la par que de ternura y de inefable
solicitud. Las facciones son bien proporcionadas, suaves y delicadas, sus labios
finos las cejas de negro azabache y bien arqueadas; en suma, tiene el aire de
una reina y el atractivo de una madre, siendo toda ella hermosa. Sus brazos
tiénelos airosamente entreabiertos y mientras con su diestra empuña el cetro de
oro, con su siniestra sustenta cariñosamente un gracioso Niño, cuyos ojuelos
tiénelos como enclavados en el rostro de su divina Madre, formando un grupo
encantador. A los pies de la santa imagen descansa una media luna de plata y un
veces de oro macizo, con sus cuernos retorcidos hacia lo alto.” (Tomado de la
Novena de Nuestra Señora del Cisne.)
Se considera que para finales de
1595 e inicios de 1596 los Cisneños ya tenían la imagen en el Santuario
edificado por ellos y en el cual era venerada. Sin embargo el por qué la imagen
de la Virgen de El Cisne es relacionada con la de Nuestra Señora de Guadalupe
nos lo cuenta el Padre Julio María Matovelle en su libro “Obras Completas”, que
menciona lo siguiente:
“El origen de aquel devotísimo
centro de piadosas romerías para el pueblo ecuatoriano, es el siguiente.
Como se hubiese hecho
famosísima, en poco tiempo la Imagen de Nuestra Señora de Guadalupe, colocada
en la aldea de Guápulo, cerca de Quito, cuantos, por cualquier motivo venían a
esta ciudad y eran testigos de la extraordinaria devoción con que era honrada
la santa efigie, y quizás también de los singulares portentos obrados en su
templo, empeñábanse en tener una copia de ella, para participar en algo de los
muchos y estupendos favores que la Reina del Cielo dispensaba, mediante aquella
ad vocación, a las nacientes cristiandades formada en esta parte de América.
Ocurrió, pues, que algunos indios nativos de un lugarcillo llamado El Cisne,
próximo a Loja, hiciesen un viaje a Quito donde con esfuerzos y sacrificios que
ya pueden imaginar- se, consiguieron una hermosa estatua de madera, copia
bastante exacta de la de Nuestra Señora de Guápulo, y gozosos con la posesión
de tan valiosa joya regresaron a sus hogares; llegados a su villorrio
colocaron a la preciosa imagen en una rústica choza, principiando desde
entonces a rendirle el fervoroso culto de amor y veneración que no ha cesado
hasta nuestros días.
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